Carta de Descartes a Mersenne, 20 Noviembre 1629

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Traducción de la Carta de Descartes al Padre Mersenne del 20 de Noviembre de 1629. A-T. I, 76-82.

Reverendo Padre:

Esta propuesta de una nueva lengua parece más admirable a primera vista que cuando la considero detenidamente, porque no hay sino dos cosas que aprender en todas las lenguas, a saber, la significación de las palabras y la gramática. Respecto a la significación de las palabras vuestro hombre no promete nada particular; pues él dice en la cuarta proposición: interpretar esta lengua con ayuda de un diccionario,1 que es lo que un hombre un poco versado en lenguas puede hacer sin ella en todas las lenguas comunes. Y estoy seguro que si usted diese al señor Hardy2 un buen diccionario de chino3 o de alguna otra lengua que sea, y un libro escrito en la (77) misma lengua, él se propondría aclarar su sentido.

Aquello que impide que todo el mundo pueda hacerlo es la dificultad de la gramática. E imagino que este es todo el secreto de vuestro hombre, pero esto no es nada que no sea muy fácil, porque el hacer una lengua donde no hay más que un solo patrón de conjugación, de declinación y de construcción de las palabras, no hay defectivos ni irregulares, los cuales son cosas introducidas por la corrupción del uso, e igual que la inflexión y construcción de los nombres y los verbos, se hacen por afijos o delante o detrás de las palabras primitivas4, y aquellos afijos son completamente especificados en el diccionario, no será de sorprender que los espíritus vulgares aprendan, en menos de seis horas, a componer [Frases y discursos] en esta lengua con la ayuda del diccionario, lo cual es la meta de la primera proposición.5

La segunda, a saber: conocida esta lengua, conocer todas las demás, como sus dialectos.6 Esto es sólo para hacer valer la droga7, pues él no pone un límite respecto al tiempo en que se las podría aprender, sólo [dice] que se les considerarían como dialectos de ésta, la cual se toma por primitiva, porque no tiene las irregularidades gramaticales de las otras.8 Y además él advierte que en su diccionario, respecto a las palabras primitivas, puede servirse de aquellas que están en uso en todas las lenguas como de sinónimos. Por ejemplo, para significar "el amor", tomará aimer, amare, Φιλειν, etc. Y un francés, adicionando a "aimer" el afijo que marca el nombre sustantivo, formará el nombre correspondiente a amour, un griego adicionará el mismo afijo a Φιλειν, y así los otros. (78) A continuación, su sexta proposición es muy fácil de entender: Inventar (hallar) una escritura9, pues si vuestro hombre puede poner en su diccionario un solo símbolo10 que corresponda con aimer, amare, Φιλειν, y sus sinónimos, el libro escrito con esos caracteres podrá ser interpretado por todos aquellos que posean este diccionario.

La quinta proposición, al parecer, no sirve más que para hacer valer su mercancía11, y tan pronto como veo la palabra misterio en alguna proposición, comienzo a tener de ella una mala opinión.12 Más creo que vuestro hombre no quiere decir otra cosa sino que tiene un gran conocimiento de las gramáticas de todas esas lenguas que él nombra, para abreviar la suya, de tal modo que puede enseñarlas más fácilmente que los maestros ordinarios. Queda la tercera proposición, que es todo un misterio para mí, pues vuestro hombre dice que explicará los pensamientos de los antiguos, por medio de las palabras que ellos usaron, al tomar cada palabra como expresando la verdadera definición de la cosa, lo que propiamente dicho significa que expondrá los pensamientos de los antiguos dando a las palabras de éstos un sentido que no tienen y que no tomaron jamás. Esto repugna, pero quizá vuestro hombre lo entiende de modo distinto.13

Ahora bien, este pensamiento de reformar la gramática, o más bien, de hacer una nueva que se pueda aprender en cinco o seis horas, y que se pueda volver común para todas las lenguas, no dejaría de ser una invención útil al público, si todos los hombres quisieran concordar en su puesta en uso, sin dos inconvenientes que preveo.

El primero es la mala reunión de las letras que con frecuencia produciría (79) sonidos desagradables e insoportables al oído, pues todas las diferencias de inflexiones de palabras son hechas por el uso [precisamente] para evitar este defecto; y es imposible que vuestro autor haya podido remediar ese inconveniente haciendo su gramática universal para toda clase de naciones, pues lo que es fácil y agradable a nuestra lengua es rudo e insoportable para los alemanes, y así para otros. Si bien, todo lo que él pudo haber hecho fue evitar esta mala reunión de sílabas en una o dos lenguas, y así, esa lengua universal no sería más que para un [solo] país. Pero nosotros no necesitamos aprender una nueva lengua para hablar solamente entre franceses.14

El segundo inconveniente está en aprender las palabras de esta lengua. Porque si cada uno usa como palabras primitivas las palabras de su propia lengua, ciertamente no tendrá tanta dificultad. Más él no será, de ese modo, entendido por algunos de su país sino por escrito, en el momento en que, quien le quiera entender, se tome la molestia de buscar todas las palabras en el diccionario, lo cual es demasiado aburrido para que se ponga en uso. Si vuestro hombre requiere gente que aprenda las palabras primitivas comunes a todas las lenguas, no encontrará jamás persona que se tome esta molestia. Sería más fácil hacer que todos los hombres concordasen en aprender la lengua latina, o alguna otra de aquellas que están en uso, que ésta en la que no hay todavía libros escritos para practicar, ni hombres que la conozcan con los que se pueda adquirir el uso de hablarla15. Así pues, toda la utilidad que veo puede conseguirse de esta invención (80) está en la palabra escrita. Supongamos que vuestro autor hizo imprimir un gran diccionario de todas las lenguas en las que se quiere hacer entender, y pone para cada palabra primitiva un símbolo correspondiente al significado y no a las sílabas, un mismo caracter para, por ejemplo, aimer, amare, Φιλειν, de tal modo que quien tiene el diccionario y conoce su gramática, puede buscar todos esos caracteres uno después del otro e interpretar en su lengua lo que está escrito. Pero esto no será bueno sino para leer misterios y revelaciones, en otros casos, nadie que tenga algo mejor que hacer pasará por la pena de buscar todas esas palabras en un diccionario. Así, no veo esto de gran uso. Más quizá yo me equivoque. Solamente a usted he querido escribir todo lo que puedo conjeturar acerca de estas seis proposiciones que usted me ha enviado, con el fin de que cuando tenga usted vista la invención, pueda decir si la he descifrado bien.16

De resto, encuentro que sería posible añadir a esto [otra] invención, tanto para componer las palabras primitivas de esta lengua como para sus caracteres, de suerte que ella pueda ser enseñada en muy poco tiempo, y esto es por medio del orden; es decir, estableciendo un orden entre todos los pensamientos que puedan entrar en el espíritu humano, de forma semejante al orden establecido naturalmente entre los números. Y como se puede aprender en un día a nombrar todos los números hasta el infinito, de igual modo se aprenderá a escribir una infinidad de palabras diferentes en una lengua desconocida. Y se puede hacer lo mismo con todas las otras palabras necesarias (81) para expresar todas las otras cosas que caen en el espíritu de los hombres. Si este orden se encontrase, no dudo que esta lengua pronto se esparciría por el mundo, pues mucha gente emplearía gustosamente cinco o seis días de tiempo para poder hacerse entender por todos los hombres. Pero no creo que vuestro autor haya pensado en esto, tanto porque no hay nada en esas seis proposiciones que lo pruebe, como porque la invención de esa lengua depende de la verdadera filosofía. Pues de otro modo es imposible enumerar todos los pensamientos de los hombres y ponerlos en orden; ni siquiera distinguirlos clara y simplemente, que es, en mi parecer, el más grande secreto que se puede tener para adquirir la buena ciencia.17Y si alguno hubiera explicado bien cuales son las ideas simples que están en la imaginación de los hombres, aquellas de las que se componen todos los pensamientos, y si tal explicación fuese aprobada por todo el mundo, me atrevería a esperar una lengua universal muy fácil de aprender, de pronunciar y de escribir, y principalmente, que ayudaría al juicio, representándole tan distintamente todas las cosas, que le sería casi imposible equivocarse. Al contrario, casi todas nuestras palabras tienen significados confusos; y el espíritu de los hombres está tan acostumbrado a ellas que esto le causa que no entienda casi nada perfectamente.18 Ahora bien, yo mantengo que esta lengua es posible, y que se puede encontrar la ciencia de la cual ella depende por medio de la cual los campesinos podrían juzgar mejor de la verdad de las cosas, que como lo hacen ahora (82) los filósofos. Mas no espere verla jamás en uso; ello presupone grandes cambios en el orden de las cosas, y necesitaría que el mundo entero fuese un paraíso terrenal, lo cual no es una buena propuesta más que en el país de las novelas.19

Notas a la Carta de Descartes a Mersenne, 20 Noviembre 1629

DESCARTES, R. y MANRIQUE, Juan Francisco. CARTA SOBRE EL PROYECTO DE UN LENGUAJE UNIVERSAL. Prax. filos. [online]. jul./dic. 2009, no.29 [citado 28 Agosto 2010], p.165-177. ISSN 0120-4688.

  1. Aunque la carta fue escrita en francés, Descartes cita las proposiciones en latín, pues según parece fue en este idioma en el que las recibió. La proposición que aquí se cita dice en latín: linguam ilam interpretari ex dictionario. Nótese también que Descartes no cita literalmente todas las proposiciones, y las estudia en desorden; comienza por la cuarta, sigue con la primera, continua con la segunda, luego la sexta, luego la quinta y termina por la tercera.
  2. Ya hemos hablado de las dificultades para la identificación de Hardy.
  3. La mención de la lengua china no es para nada gratuita en el contexto del siglo XVII. Lo que fue América para el siglo XVI, o el medio oriente para el siglo XIX, lo será China para el siglo XVII; es decir, el territorio exótico por antonomasia. Es casi generalizado que el europeo nunca concibe al habitante del territorio exótico como un igual, siempre lo rebaja o lo diviniza. Frente al problema concreto de la lengua universal, China fue tenida por la única nación del mundo que tenía una lengua perfecta. El inglés John Webb (1611-1672), basado en la historia de China del misionero jesuita Martini, argumentó que los chinos descienden de una tribu semita que se asentó en el extremo oriente antes de que ocurriese la confusión de las lenguas en Babel. Eso querría decir, nada menos, que la lengua china era la lengua más cercana a la lengua adánica, es decir, a la lengua con la que Adán habló con Dios y nombró a los animales, y principalmente, con la que Dios creó el mundo. Se creyó que la lengua adánica, la lengua perfecta, se había perdido en Babel, pero si hubo una tribu semita que no sufrió las consecuencias de la confusión babélica, como sostiene Webb, entonces nos encontramos con la lengua más cercana a la lengua de la creación del universo. Van Helmont (1614-1699) sigue defendiendo la idea medieval de que el hebreo es la lengua adánica, frente a Webb quien piensa que incluso la Biblia fue traducida del chino al hebreo (Cf. Mungello. 2003, p. 92-93; Dascal. 1994, p. 19). Los testimonios de Bacon y de Mersenne muestran la fascinación de los europeos con los caracteres chinos en tiempos de Descartes (Cf. Bacon. 1988, p. 144-147; Mersenne. 1985, p. 73-74).
  4. José Álvarez sugiere la siguiente traducción: "Pero dicho secreto no es muy difícil; ya que haciendo una lengua en la que no haya sino una manera de construir las palabras en la que no hayan verbos defectivos ni irregulares, que en todo caso vienen de la corrupción del uso, e incluso con nombres y verbos cuya inflexión y construcción se hagan por afijos delante y al final de las palabras primitivas..."
  5. La anterior es la descripción de lo que se pensaba, en términos generales, que debía ser una lengua universal perfecta. Se parte de unas palabras primitivas cuyas modificaciones por medio de afijos y sufijos (afijos delante y detrás de las palabras) formarían otras palabras como nombres, verbos, y quizá también adjetivos. Es interesante la mención de que los verbos defectivos e irregulares fueron introducidos por la corrupción del uso. Ya Bacon advierte que muchas de nuestras palabras provienen de la mente sencilla y vulgar de la gente del común, razón por la cual los sabios terminan confundidos y teniendo que llevar a cabo disputas sobre las palabras mismas que usan (Bacon. 1984. I, § 59). Es contra la corrupción del uso que la lengua universal debe ser postulada, pero si busca mantenerse como lengua perfecta debe entonces no ser una lengua popular, lo que en principio contradice su carácter de universal. Esto lleva a pensar que la lengua universal era concebida como una lengua para las elites científicas; un nuevo "latín" fabricado exclusivamente para la ciencia. Descartes no conservó en su carta la formulación de esta primera proposición, ni tampoco lo hará con la quinta y la tercera.
  6. Cognita hac lingua caeteras omnes, ut eius dialectos, cognoscere.
  7. Literalmente: "ce n'est que pour faire valoir la drogue". Kenny traduce "This is just sales talk". Derrida ve en esta afirmación una acusación de Descartes a Hardy de introducir "drogas" en la cultura, no obstante, no desecha que sea una alabanza de Hardy a su propia "mercancía". Creo que también podría traducirse, de forma más libre, como "esto no es más que regateo".
  8. Los europeos del siglo XVII debían enfrentar dos problemas referentes al lenguage: a) ¿Cómo explicar la gran cantidad de lenguas distintas en el mundo que se ha hecho más amplio desde los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI?, y b) ¿Cómo explicar que ciertas palabras tuvieran un cierto parecido tanto en su forma como en su significado perteneciendo a distintos idiomas, como por ejemplo el inglés "people", el francés "peuple", el españól "pueblo" y el italiano "popolo"? La respuesta a la primera pregunaba la daba el pasaje bíblico sobre la confusión de las lenguas, más conocido como el relato de la Torre de Babel (Génesis 11, 1-9). La respuesta a la segunda se daba recurriendo a la lengua adánica. Esta era la lengua perfecta por antonomasía, la lengua del conocimiento de acuerdo a la cual Adán colocó los nombres de los animales, y se comunicó con Dios (Génesis 2, 19-20). El hombre, buscando igualarse a Dios, erige la torre de Babel. Allí Dios confunde sus lenguas haciendo imposible la comunicación entre ellos, pero no de forma absoluta. Así, Babel explica la diversidad linguística, mientras la lengua adánica explica el parecido entre lenguas lejanas, las cuales podrían considerarse como dialectos de lengua adánica. Estos dialéctos son a su vez lenguas madres de otros dialectos. En el ejemplo mencionado, la palabra latina "populus" es la fuente de la similaridad de las expresiones en los idiomas mencionados arriba. El latín es el punto de encuentro de estas lenguas (unas más cernanas al latín que otras), lo que lo convierte en una lengua madre. Es claro que no todos los parecido linguísticos se podían explicar por la mediación del latín como el del inglés "understand" y el alemán "Verstanden", o como el del latín "rex, regis" y el sánscrito "raja". No obstante, en el siglo XVII era posible explicarlas, o bien postulando otras lenguas madre, o bien desde la misma lengua adánica. Los proyectos de lenguas universales son un intento por reconstruir la lengua adánica, la lengua madre de todas las lenguas madre.
  9. Scripturam invenire.
  10. Aquí sigo la traducción inglesa que traduce "Chiffre" por "Symbol", no obstante, valga destacar que el uso de "Chiffre" (cifra) relaciona el proyecto de lengua universal con las matemáticas, algo que aparecerá de forma más clara en el proyecto de Leibniz. Steve Macraigne sugiere que "Chiffre" también podría entenderse como "item".
  11. Es decir, su proyecto.
  12. Descartes siente reticencia por las ciencias ocultas que florecieron en los dos siglos anteriores y que todavía tienen gran popularidad en el XVII. Un testimonio contra estas doctrinas lo encontramos en Discurso del Método, A-T, VI, 9. Es probable que Descartes fuese escéptico respecto a la idea de un lenguaje universal debido a que fueron los magos y alquimistas del renacimiento los que la popularizaron. Es probable que Descartes mismo conociera proyectos similares en las obras de Cornelio Agrippa (1486-1535), mago y alquimista, quien era un autor muy popular entre los rosacruces, movimiento que Descartes conoce entre 1619 y 1620, y del que se separa pronto. Las obras de Agrippa retoman puntos cruciales de las obras de Raimundo Lulio (1235-1313)(entre las que se cuenta un comentario al arte breve de Lulio), quien es el primero en postular un lenguage completo y automático para el razonamiento (Cf. Nidditch. 1987, p. 24-25). Gaukroguer destaca, no sin incomodidad, las similtudes entre este proyecto de lengua universal de Lulio retomado por Agrippa y el método cartesiano (Gaukroguer. 1994, p. 50-51). La incomodidad está en que Descartes descalifica explícitamente el proyecto luliano. Véase Discurso del Método A-T. VI, 17.
  13. Aquí terminan las conjeturas sobre las seis proposiciones, que es la primera parte de la carta.
  14. Descartes es conciente de que el agrado es causa del uso de ciertas expresiones, y que éste no es universal. La preocupación de Descartes podría, así, desembocar en una discusión puramente estética: ¿Cómo hacer para que las palabras de la lengua universal sean agradables para todo el mundo? Si lo son, no tendremos que temer que las cambien por palabras que les parezcan agradables, de modo que la lengua se corrompa por el uso. No obstante, en toda nación el gusto parece distinto, razón por la cual, la corrupción de la lengua parece inevitable. El problema se resumen entonces en que esta lengua no puede ser universal e incorruptible al mismo tiempo.
  15. Literalmente: "acquérir l’usage de la parler". (Adquirir el uso de hablarla).
  16. En esta segunda objeción, Descartes argumenta a favor de lo poco práctico de una lengua tal, pues sería engorroso estar buscando en el diccionario las palabras que conforman un tratado escrito en esta lengua. Sería mejor enseñar a todos latín o alguna otra lengua en uso. Hay un ejemplo similar acerca del lenguaje de signos de los sordomudos en Discurso del Método (A-T, VI, 57-58). Aquí termina, según la división presentada en la introducción, la segunda parte de la carta que consiste en objeciones generales respecto al proyecto.
  17. Lo que está diciendo Descartes, en resumidas cuentas, es que un lenguaje universal requiere de la verdadera ciencia, la cual depende a su vez de un método para ordenar los pensamientos, el cual es semejante al que se sigue en el ordenamiento de los números. Es muy probable que Descartes esté pensando aquí en las Reglas para la Dirección del Espíritu que escribió en 1628, un año antes de esta carta, donde sostiene que el recto camino de la verdad sólo se alcanza estudiando objetos que ofrezcan una certeza semejante a la proporcionada por la aritmética y la geometría (A-T. X, 366). La certeza de las ciencias matemáticas proviene de su método, de modo que la manera en que un cierto saber puede convertirse en ciencia es tomar el método matemático y aplicarlo a los objetos propios de este saber. Así, de la aplicación del método de las mátemáticas o mathesis universalis a todo objeto de conocimiento proviene la verdadera ciencia, mientras que el lenguaje es sólo el medio en que esta ciencia se transmite. El lenguaje universal es sólo el instrumento transparente de la Mathesis Universalis presentada en la regla IV (Cf. Serís. 1992, p. 188). Nótese el contraste con Leibniz, quien creía que una lengua tal podía inventarse a pesar de que nuestro conocimiento no fuese perfecto. Al contrario de Descartes, Leibniz piensa que esta lengua sería una herramienta excelente para servirnos de lo que sabemos, para darnos cuenta de lo que nos hace falta y para encontrar los medios de su alcance (Cf. Leibniz. 1988, p. 28). Descartes no le da un papel al lenguaje en el descubrimiento de nuevos conocimientos, al contrario, éste sólo es como un espejo que refleja (o debe reflejar) los pensamiento de la mente. El lenguaje es reducido a una función meramente comunicativa, secundaria respecto al conocer (Cf. Dascal. 1994, p. 27). Hay un famoso pasaje del Discuso del Método (A-T, VI, 57-58) que Chomsky y Belaval tienen como un lugar importante a la hora de hablar del lenguaje en Descartes (Cf. Chomsky. 1969, p. 19-20; Belaval, p. 181). Allí, Descartes sostiene que si bien el lenguaje es una facultad humana de la cual los animales están excluidos, no se requiere mucha capacidad racional para ejercerla. Esto plantea un serio divorcio entre lenguaje y conocimiento. Podemos hablar y expresarnos sin que, en principio, nuestro nivel cognoscitivo tenga alguna importancia relevante para ello.
  18. Esta última consideración está en consonancia con las afirmaciones de Bacon sobre el lenguaje que varias veces hemos traido a colación.
  19. La expresión en francés es "pays des romans"; el "país de las novelas". Nótese que Descartes sostiene la posibilidad de la lengua y de la ciencia que la sustenta, pero luego se da cuenta que los requerimientos de la primera se salen del plano de lo posible. Así, Descartes sí creía en la posibilidad de esta ciencia, como parece mostrarlo en las Reglas, más no en la del lenguaje universal. De ese modo, el que Descartes crea posible un lenguaje tal sólo si cumple tan altos requerimientos, podría ser un artificio retórico para no ofender a Mersenne quien podría ser partidario del proyecto ya en 1629. Podría estarle diciendo, de forma muy cortés, que es un sueño demasiado ambicioso. No obstante, la formulación de la cuestión por Descartes no deja de ser tremendamente ambigua. La cuestión hace que Derrida llame a esta lengua posible-imposible, en tanto Descartes habla de la posibilidad de una lengua imposible (Cf. Derrida. 1995, p. 69). Decir que esa lengua sólo sería posible si "el mundo fuese un paraíso terrenal" es también ambiguo, lo que no es necesariamente negativo: por un lado, implica retomar la lengua adánica, la lengua hablada en el paraíso. Por otro, hace alusión a lo ilusorio del proyecto.

Referencias Bibliográficas

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Comentarios a la Carta de Descartes a Mersenne de 20 Noviembre 1629

La carta del 20 de noviembre de 1629 dirigida al famoso padre franciscano Marin Mersenne puede ser considerada como el documento en que Descartes consigna su opinión respecto al proyecto de un lenguaje universal. Emprender la búsqueda de un lenguaje universal, artificial y perfecto, era una meta muy popular en el siglo XVII, que según algunos es la que mejor refleja el ideal filosófico de la época (Cf. Mungello. 2003. p. 92). Es necesario explicar un poco esto. Para dicha centuria, Europa ha perdido su unidad lingüística, debido al nacimiento de los Estados nacionales, cuyo símbolo principal, junto con la monarquía y una historia común, es la lengua nacional. Montaigne compone sus famosos Ensayos en francés, Shakespeare y Thomas Brown pueden escribir sin problema en inglés, Lutero traduce la Biblia al dialecto sajón que dará origen a la lengua alemana, Cervantes y Quevedo escriben en español y Dante, tres siglos antes, compone su Divina Comedia en el dialecto toscano, la fuente del italiano. Es claro que las lenguas europeas ya se habían diferenciado durante la Edad Media, al menos hasta cierto punto, como lo demuestran el Cantar del Mio Cid, el Cantar de Roldan, o el Cantar de los Nibelungos. La cuestión es que el mundo académico todavía consideraba al latín como la lengua en la que el conocimiento debía ser vertido, y en esa medida, el mundo intelectual europeo, mantenía una cierta unidad lingüística. Pero en los siglos XVI y XVII la unidad lingüística de Europa se rompe. No sólo comienza a aparecer esta "literatura nacional" al estilo de Montaigne, Shakespeare o Cervantes (al margen de las universidades), sino que Europa misma se encuentra con naciones cuyas lenguas no tienen parentesco alguno con el latín, como las de tribus indígenas de América o las del imperio chino. El relato bíblico de Babel parece hacerse realidad de nuevo, y claramente, sólo un milagro podría redimir al hombre de esta "caída".

La idea de una lengua universal es la solución planteada para este "segundo Babel". Se piensa que las lenguas han de tener patrones comunes, pero hay disputas sobre cuales son ellos. Al menos hubo tres tipos de propuestas a este respecto. La primera provenía de los seguidores de la cábala y otros judaizantes. Piensan que todas las lenguas son dialectos o modificaciones del hebreo, que Adán y Eva hablaron hebreo, y que sólo el pueblo judío mantuvo viva esta lengua sagrada luego del suceso de Babel, de modo que ella ha de ser la lengua universal, mediante la cual todas las lenguas del mundo han de entenderse y unificarse. La segunda propuesta provenía de simpatías nacionalistas, y nació como respuesta a los judaizantes. La Biblia no explicita que la lengua hebrea fuese la que hablaron Adán y Eva; pudo ser cualquier otra, y basados en ello, cada nacionalista postuló la lengua de su propio país como la lengua originaria de la cual se derivaban las otras. La tercera propuesta es de carácter racionalista. Se piensa que lo verdaderamente universal entre los hombres es la razón, y la manifestación más clara de la razón humana son las matemáticas. Así, la construcción de las lenguas ha de regirse por patrones racionales, del mismo modo en que se construye geométricamente una figura. Se cree que la razón construye las lenguas bajo los mismos patrones siempre, sólo que éstos son obscurecidos por expresiones vulgares e inútiles añadidas a la lengua por la fuerza de la costumbre. Así, una lengua universal en este sentido, es el conjunto de los patrones de construcción lingüística compartidos por todas las lenguas, depurados de expresiones inútiles, añadidas, o meramente particulares.

Es claro que de las tres propuestas, la que tuvo más importancia filosófica fue la última, al menos durante el siglo XVII. No obstante, pierde fuerza en el siglo siguiente como lo denuncia el artículo "lenguas" del Diccionario Filosófico de Voltaire. Esta búsqueda de la lengua universal tiene una relación muy cercana con la obsesión de la época con la certeza en el conocimiento, así, el estudio del lenguaje está anclado en cómo éste puede aclarar u obscurecer el conocimiento (Cf. Dascal. 1994, p.15-16); razón por la cual se busca una lengua libre de los problemas que presentan las lenguas corrientes.

La carta que aquí presentamos es una respuesta a una carta previa de Mersenne en la que se enumeran seis proposiciones que, al parecer, resumen la doctrina de un tal Hardy respecto a la construcción de un lenguaje universal, las cuales postulan una propuesta de corte racionalista. Este "Hardy" es un personaje difícil de identificar. Umberto Eco identifica a Hardy con un tal Des Vallées, cuyo nombre pudo ser cambiado en la carta quizá a causa de los problemas que tuvo con Richelieu (Cf. Eco. 1994, p. 183). Gaukroger apoya la identificación de Des Vallées como el Hardy de la carta de Descartes, argumentando que escritores de la época como Charles Sorel y Tallement de Reaux le atribuyen el descubrimiento de una langue matrice, la cual, según el propio Des Vallées, sería un lenguaje secreto al que sólo él mismo y los ángeles podían acceder (Cf. Gaukroguer. 1994, p. 445 nota). Derrida suspende el juicio afirmando que en la actualidad nada sabemos de Hardy (Cf. Derrida. 1995, p. 73), no obstante, el nombre hace probable que fuese un inglés, y si ello es así, tal vez su proyecto estuviese influenciado por la amonestación de Francis Bacon frente a los engaños del lenguaje popular o ídolos del foro (Cf. Bacon. 1984. I, § 59-60). Sin embargo, el apellido se encuentra también entre los franceses. No hay evidencia alguna para creer que pudiera ser el dramaturgo francés Alexandre Hardy (1570-1632). Rodis-Lewis no habla de la carta, pero menciona a un jurista y matemático francés llamado Claude Hardy (1598-1678) que sería un jurado en la disputa respecto a la geometría analítica entre Descartes y sus contradictores (Rodis-Lewis. 1996, p. 154). El perfil de este Hardy es en mi concepto el que más se adecua al Hardy de la carta, pues es un hombre cuyo dominio de los idiomas (entre ellos el árabe) lo capacitó para hacer una traducción latina de Euclides. Esta opinión es compartida por el editor de las obras de Mersenne, De Waard (Cf. Gaukroger 1994, p. 445n.), y parece acomodarse al "difunto señor Hardy" que Leibniz menciona en los Nuevos Ensayos sobre el Entendimiento Humano como un gran geómetra y orientalista de la primera mitad del siglo XVII (Leibniz. 1977, p. 490-491).

Ahora bien, en la carta, Descartes deja notar que tanto él mismo como Mersenne sólo conocen el proyecto de Hardy a través de estas seis proposiciones; la meta de Descartes es hacer conjeturas con base en ellas y esperar a que Mersenne juzgue sobre su pensamiento cuando tenga la oportunidad de ver el sistema en su totalidad, quizá en una obra impresa de autoría de Hardy. La costumbre de enviar doctrinas o descubrimientos resumidos en proposiciones es tan antigua que ya Arquímedes en su Método sobre los Teoremas Mecánicos le escribía a Eratóstenes que, en esa ocasión, le mandaba las demostraciones de los teoremas que previamente le había enviado sólo enunciados (Cf. Arquímedes. 2005, p. 163). La práctica se retoma en los albores de la modernidad como lo muestran los concursos matemáticos organizados por Pascal, en los cuales se enviaba a los concursantes el enunciado de un teorema y se esperaba que fuese devuelto junto con su demostración. La correspondencia entre Arnauld y Leibniz por los años de 1680 es una prueba de que esta práctica se mantuvo hasta bien entrado el siglo XVII. Leibniz envía a Arnauld una lista de proposiciones que resumen su Discurso de Metafísica, y toda la correspondencia se ancla en una discusión sobre una de ellas.

La carta de Descartes a Mersenne puede ser dividida en tres partes: Descartes dedica la primera parte a exponer su opinión sobre las proposiciones de Hardy, las cuales no trata en orden; la segunda es una exposición de dos inconvenientes que Descartes encuentra en un proyecto tal; y la tercera es la exposición de lo que el propio Descartes añadiría al proyecto para que fuese viable. No es difícil captar en Descartes un cierto escepticismo hacia el proyecto, de tal modo que, según él mismo, los requerimientos son tan altos (conocer la verdadera filosofía y tener en el lenguaje un orden semejante al que hay en los números) que sería necesario que el mundo fuese un paraíso terrenal para llevarse a término. Al tiempo, parece que el propio Mersenne sí simpatizó con la idea como lo denuncia su obra de 1636 llamada Harmonie Universelle, y ya la Cuestión XXVII de sus Questions Inouyes de 1634 trata la cuestión de la igualación de la pronunciación con la escritura de palabras, como forma de facilitar el aprendizaje de una lengua (Cf. Mersenne. 1985, p. 73-75). No tengo información sobre si Mersenne simpatizaba con la idea en 1629, pero lo que es cierto es que el proyecto de Hardy llamó su atención en una medida suficiente como para exponer la idea al escrutinio de Descartes. Quizá el simpatizante más conocido y entusiasta del proyecto haya sido Leibniz, quien se empeñó en llevar a término el lenguaje universal a pesar de conocer las objeciones de Descartes, como lo denuncia una trascripción suya de esta carta que Louis Couturat incluye en los fragmentos inéditos del filósofo (Cf. Leibniz. 1988, p. 27-28).

La carta ha sido traducida directamente del francés de la versión en que aparece titulada como carta XV, en el primer tomo de las Oeuvres de Descartes editadas por Charles Adam y Paul Tannery. Me he servido también de la versión que presenta André Bridoux en su recopilación de las obras y cartas de Descartes, y también de la traducción inglesa de Anthony Kenny. Mi criterio fue conservar el contenido por encima del estilo y otras consideraciones, y debo admitir que tomé prestadas más cosas de la traducción de Kenny de lo que hubiera preferido. Debo agradecer al profesor Gonzalo Serrano Escallón y a mis colegas Marco Steve Macraigne y José Álvarez, quienes leyeron la traducción y aportaron valiosos comentarios y correcciones a la misma. También a la filóloga clásica y estudiante de Maestría en filosofía Liliana Carolina Sánchez por su aporte en la corrección de la traducción de las citas en latín.

Carta de Descartes a Mersenne, 20 Noviembre 1629 - En Inglés

Descartes to Mersenne, 20 November 1629

Reverend Father,

This project for a new language seems more remarkable at first than I find it to be upon close examination. There are only two things to learn in any language: the meaning of the words and the grammar. As for the meaning of the words, your man does not promise anything extraordinary; because in his fourth proposition he says that the language is to be translated with a dictionary. [2] Any linguist can do as much in all common languages without his aid. I am sure that if you gave M. Hardy a good dictionary of Chinese or any other language, and a book in the same language, he would guarantee to work out its meaning.

The reason why not everyone could do the same is the difficulty of the grammar. That, I imagine, is your man's whole secret; but there is no difficulty in it. If you make a language with only one pattern of conjugation, declension, and construction, and with no defective or irregular verbs introduced by corrupt usage, and if the nouns and verbs are inflected and the sentences constructed by prefixes or suffixes attached to the primitive words, and all the prefixes and suffixes are listed in the dictionary, it is no wonder if ordinary people learn to write the language with a dictionary in less than six hours, which is the gist of his first proposition.

The second says that once this language has been learnt, the others can be learnt as dialects of it. This is just sales talk. He does not say how long it would take to learn them, but only that they could be regarded as dialects of his language, which he takes as primitive because it does not have the grammatical irregularities of the others. Notice that in his dictionary, for the primitive words, he could use the words of every language as synonyms of each other. For instance, to signify love, he could use aimer, amare, philein and so on; a Frenchman, adding to aimer the affix for a noun will form the noun corresponding to amour, a Greek will add the same affix to philein, and so on. Consequently his sixth proposition, about inventing a script, is very easy to understand. For if he put into his dictionary a single symbol corresponding to aimer, amare, philein and each of the synonyms, a book written in such symbols could be translated by all who possessed the dictionary.

The fifth proposition, too, it seems to me, is simply self-advertisement. As soon as I see the word arcanum (mystery) in any proposition I begin to suspect it. I think he merely means that he can read the languages he names more easily than the average instructor, because he has reflected much about their grammars in order to simplify his own.

There remains the third proposition, which is altogether a mystery to me. He says that he will expound the thoughts of the writers of antiquity from the words they used, by taking each word as expressing the true definition of the thing spoken of. Strictly this means that he will expound the thoughts of those writers by giving their words a sense they never gave them themselves; which is absurd. But perhaps he means it differently.

However, this plan of reforming our grammar, or rather inventing a new one, to be learnt in five or six hours, and applicable to all languages, would be of general utility if everyone agreed to adopt it. But I see two difficulties which stand in the way.

The first is discordant combinations of letters which would often make the sounds unpleasant and intolerable to the car. It is to remedy this defect that all the differences in inflexion of words have been introduced by usage; and it is impossible for your author to have avoided the difficulty while making his grammar universal among different nations; for what is easy and pleasant in our language is coarse and intolerable to Germans, and so on. The most that he can have done is to have avoided discordant combinations of syllables in one or two languages; and so his universal language would only do for a single country. But we do not need to learn a new language to talk only to Frenchmen.

The second difficulty is in learning the words of the language. It is true that if each man uses as primitive words the words of his own language, he will not have much difficulty; but in that case he will be understood only by the people of his own country unless he writes down what he wants to say and the person who wants to understand him takes the trouble to look up all the words in the dictionary; and this is too burdensome to become a regular practice. If your man wants people to learn primitive words common to every language he will not find anyone willing to take the trouble. It would be easier to get everyone to agree to learn Latin or some other existent language than one where there are as yet neither books for practice in reading nor speakers for practice in conversation. So the only possible benefit that I see from his invention would be in the case of the written word. Suppose he had a big dictionary printed of all the languages in which he wanted to make himself understood, and put for each primitive word a symbol corresponding to the meaning and not to the syllables, a single symbol, for instance, for aimer, amare, and philein: then those who had the dictionary and knew his grammar could translate what was written into their own language by looking up each symbol in turn. But this would be no good except for reading mysteries and revelations; in other cases no‑one who had anything better to do would take the trouble to look up all these words in a dictionary. So I do not see that all this has much use. Perhaps I am wrong; I just wanted to write to you all I could conjecture on the basis of the six propositions which you sent me. When you have seen the system, you will be able to say if I worked it out correctly.

I believe, however, that it would be possible to devise a further system to enable one to make up the primitive words and their symbols in such a language so that it could be learnt very quickly. Order is what is needed: all the thoughts which can come into the human mind must be arranged in an order like the natural order of the numbers. In a single day one can learn to name every one of the infinite series of numbers, and thus to write infinitely many different words in an unknown language. The same could be done for all the other words necessary to express all the other things which fall within the purview of the human mind. If this secret were discovered I am sure that the language would soon spread throughout the world. Many people would willingly spend five or six days in learning how to make themselves understood by the whole human race.

But I do not think that your author has thought of this. There is nothing in all his propositions to suggest it, and in any case the discovery of such a language depends upon the true philosophy. For without that philosophy it is impossible to number and order all the thoughts of men or even to separate them out into clear and simple thoughts, which in my opinion is the great secret for acquiring true scientific knowledge. If someone were to explain correctly what are the simple ideas in the human imagination out of which all human thoughts are compounded, and if his explanation were generally received, I would dare to hope for a universal language very easy to learn, to speak, and to write. The greatest advantage of such a language would be the assistance it would give to men's judgement, representing matters so clearly that it would be almost impossible to go wrong. As it is, almost all our words have confused meanings, and men's minds are so accustomed to them that there is hardly anything which they can perfectly understand.

I think it is possible to invent such a language and to discover the science on which it depends: it would make peasants better judges of the truth about the world than philosophers are now. But do not hope ever to see such a language in use. For that, the order of nature would have to change so that the world turned into a terrestrial paradise; and that is too much to suggest outside of fairyland.

[Notes]

1 AT i. 76; AM i. 89; in French, complete.

2 The italics, here and below, represent Latin words in a French context.

The only letter of strictly philosophical interest in this year [1629] is the following [above], which discusses an otherwise unknown project for a universal language. (p. 2)

Descartes' next letter to Mersenne, of 18 December 1629, concerns scientific matters: it contains a statement of a principle of inertia, and an inquiry whether the Church has decided the created universe to be finite or infinite. Further letters during the winter of 1629‑30 treat of optics, music, acoustics, linguistics, astronomy, and aesthetics. The following extract from the letter of 18 March 1630 contains a sketch of an aesthetic theory and a startling anticipation of the theory of conditioned reflexes. (p. 6)

SOURCE: Descartes to Mersenne, 20 November 1629, in: Descartes: Philosophical Letters, translated and edited by Anthony Kenny (Oxford: Clarendon Press, 1970), pp. 3-6 (& note from p. 2).

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